Un amigo ha hecho una fantástica interpretación de Over the rainbow que bien puede acompañar la lectura de la primera entrada de mi blog que trataba de la simbología de la obra el Mago de Oz.
Sobre mí
jueves, 21 de julio de 2016
sábado, 2 de julio de 2016
Alto cargo
Al final de una reciente reunión
con un alto cargo de la nueva administración municipal de Madrid, esta persona se
despide de los tres o cuatro que estábamos más cerca con estas palabras: “No os
podéis imaginar la vida que llevo. Es horrorosa. Me despierto a las cuatro de
la mañana pensando en las cosas que tengo que hacer. No se lo deseo a nadie”. Palabras
acompañadas con un gesto acorde con lo que decía. ¿Cómo una persona
inteligente, trabajadora y responsable puede estar pasando ese tormento realizando
un trabajo con el que soñaba y que asumió con ilusión hace menos de un año? ¿Qué
está pasando? Quizá algunas reflexiones puedan ser pertinentes en este caso
concreto, y es posible que puedan extenderse a otros parecidos.
¿Qué pensaríamos del comandante
de un avión o del capitán de un barco que cuando se encontrara en una situación
difícil o de emergencia dijera a los que le rodean que la situación es
horrorosa acompañando sus palabras de un gesto de angustia tremenda? Pensaríamos
que es precisamente en situaciones de tensión cuando mayor calma tiene que
presentar, pues si no obrara de este modo llevaría al pánico a todo el pasaje,
teniendo su angustia un efecto multiplicador. Podríamos pensar también que en
su formación inicial debería haber aprendido a manejar todo tipo de situaciones
de emergencia para poder controlarlas con calma cuando se presenten. ¿Y si estas
palabras solo tuvieran que ver con el cumplimiento de las funciones habituales de
su cargo? En este caso, parece que no estaría cualificado para llevar a cabo la
responsabilidad que ha asumido.
Desde hace tiempo abundan en las
librerías libros de un nuevo género que, entre otros nombres, lleva el de “gestión
consciente”. Son libros que tratan de llevar algunas ideas de la psicología al
mundo de la empresa. Y en muchos de estos libros hay un leit motiv que podríamos aplicar a la situación que estamos
comentando: liderarse para liderar, lo que también es llamado “autoliderazgo”;
es decir, ser capaz de llevar a cabo en uno mismo una gestión óptima de los
recursos personales -intelectuales, emocionales y energéticos-, para poder llevar
posteriormente esa buena gestión interior que ya conocemos a la realidad
exterior, en este caso al mundo de la empresa o del trabajo.
Podríamos pensar que la forma de
gestionar lo interno no tiene nada que ver con lo externo, pero no creo que sean
realmente cosas muy diferentes. En el día a día continuamente tenemos que poner
en juego nuestras capacidades y recursos, con nosotros mismos y con los que nos
rodean, tomar decisiones y llevarlas a cabo. ¿Por qué habría de ser tan
diferente lo que hacemos en el día a día en nuestra vida personal de lo que
hacemos en nuestra vida laboral? Por ejemplo, ¿por qué habrán de ser diferentes
las relaciones institucionales que establecemos en nuestro trabajo, seamos
simples trabajadores o directivos, de aquellas que establecemos personalmente?
¿Por qué habrá de ser diferente la forma en que tratamos a nuestros allegados
de cómo tratamos a nuestros compañeros de trabajo? ¿Por qué habrá de ser
diferente la forma en que gestionamos un presupuesto personal del que tenemos
en nuestra empresa? Lo mismo podríamos decir de la forma trabajar, dando un poder
amplio a los demás para que actúen o sin delegar, quizá con la idea subyacente
de que nadie lo hace tan bien como nosotros. Igualmente podría aplicarse a cómo
gestionamos nuestras habilidades, nuestros talentos, nuestra imagen.
En resumen, ¿podremos ser mejores
gestores en nuestro trabajo de cómo gestionamos nuestra vida? No lo creo. Es
más fácil empezar por lo sencillo, por lo que tenemos cerca, por lo que mejor
conocemos, por nosotros mismos, para poder luego extender esta acción más allá.
“Sé tú el cambio que quieres ver
en el mundo”, decía Gandhi. Se cuenta de Gandhi que en una ocasión una señora
se acercó con su hijo para pedirle que dijera al niño que dejara de tomar
golosinas, pues era diabético y estaba poniendo en peligro su vida. Gandhi respondió
a la señora que volviera unas semanas más tarde. Cuando lo hizo, le dijo al niño
lo que la madre le había pedido. La señora le preguntó a Gandhi por qué le
había hecho volver cuando eso mismo se lo podía haber dicho en la primera
visita. Gandhi le respondió que entonces él tomaba azúcar y que no podía pedir
al niño que hiciera algo que él mismo no había llevado a cabo.
Comencemos el cambio por lo que
mejor conocemos, por lo más cercano: por nosotros mismos. Quizá podamos después
llevarlo a la fase 2, a lo que nos rodea.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
