La expresión “me toma por tonto”,
u otras de la misma familia como “me toma por gilipollas”, o una muy de moda en
la actualidad como “los políticos nos toman por gilipollas”, merecen un examen
cuidadoso para ver qué está en juego cuando se expresan, o simplemente se
piensan.
Aunque a primera vista pueda
parecer extraño, decir o pensar “me toma por tonto” es un proceso que ocurre
enteramente en nuestro mundo interior, y solo en él: se genera en nuestra
cabeza, da vueltas en ella y somos nosotros los que padecemos sus efectos. En
realidad, nada sabemos de lo que piensa la otra persona. “Me toma por tonto”
entra dentro del campo de la suposición, pues de otro modo la frase sería “me dijo
que era tonto”, y ciertamente no sabemos lo que la otra persona piensa. Podemos
llegar a decir incluso que no somos conscientes más que de una pequeña parte de
lo que nosotros mismos pensamos. Pero quizá no sea este el momento de avanzar
algo que podría ser una conclusión.
Hemos dicho que este pensamiento
se basa en una suposición, pues no sabemos en realidad lo que piensa la otra
persona. Es decir, en nuestra cabeza y desde ella estamos generando un
pensamiento sobre cómo creemos que es esa persona, sobre cómo creemos que
piensa esa persona, sobre cómo creemos que son las relaciones, sobre cómo
creemos que es el mundo. Y, lo que es peor, nosotros, con nuestro propio
pensamiento, nos estamos calificando a nosotros mismos como tontos.
Recapitulando: cuando nosotros
decimos o pensamos que alguien nos toma por tonto o similar, estamos: 1.
Suponiendo lo que piensa el otro, cosa que no sabemos. 2. Dando por real una
idea que solo existe en nuestra cabeza. 3. Estableciendo un pensamiento
negativo sobre nosotros mismos. Lo que en verdad estamos haciendo con este
pensamiento es estructurar el mundo de una manera determinada, de una manera poco
amable, de una manera claramente agresiva.
Pero aquí no termina todo. Hay
más. Después de pensar o decir esto, ¿cómo nos sentimos con nosotros mismos? Es
posible que no hayamos caído en cuenta, pero si prestamos una cuidadosa atención
podremos observar que nuestro estado emocional cambia justo después de generar
un pensamiento de esta clase. Hay que examinar cómo se sentía uno antes de
tener un pensamiento de este tipo y cómo se siente uno después de tenerlo. Y
aunque la respuesta emocional es personal y diferente, probablemente sí que
veamos como factor común en todos nosotros que un pensamiento como este
disminuye la paz interior. ¿Podemos comprobarlo y observarlo? ¿Podríamos hacer
una pausa y ver si es cierto? Nos sentamos en una silla con la espalda recta, piernas
paralelas y pies en el suelo, hacemos unas pocas respiraciones lentas, seguidamente
observamos cómo nos sentimos, y después verbalizamos interiormente uno de estos
pensamientos: “me toma por tonto”, “me toma por gilipollas”, u otro similar. ¿Hemos
notado algún cambio en nuestro estado de ánimo? ¡Atención! Como sabemos lo que
vamos a hacer, lo que vamos a pensar posteriormente, pues lo tenemos planificado
con anterioridad, el pensamiento puede haberse adelantado a la verbalización, con
su correspondiente estado de ánimo. De cualquier forma, habrá habido un cambio
respecto al momento anterior a este pensamiento. ¿Hemos observado el cambio
anímico? Un pensamiento de este tipo actúa como un boomerang, vuelve de nuevo
al que lo piensa y le golpea con fuerza en su estado de ánimo. Para terminar en
paz con nosotros mismos, acojamos ahora un pensamiento contrario: “soy un ser inteligente”.
Lentamente, repitámoslo para nosotros varias veces. ¿Podemos ver la diferencia
en cómo nos sentimos?
Dos pequeñas anotaciones más.
Una: este tipo de pensamientos, que funcionan en nosotros de forma automática,
lejos de nuestra voluntad, como si tuvieran vida propia, nos están diciendo
cómo estamos organizando desde nuestro interior la vida que estamos viviendo: qué
tipo de mirada tenemos sobre lo que nos rodea, ¿es amable o agresiva?; sobre las
demás personas, sobre sus intenciones, sobre el ser humano. Y aunque son muchos
los condicionantes que conforman esa mirada, en gran medida se puede elegir. La
segunda idea es: este pensamiento también nos habla de cómo nos tratamos a
nosotros mismos. Aunque sea puesto en la boca de otro, así es como nos tratamos,
llamándonos tontos o gilipollas. Y esto también se puede elegir.
Finalmente, una precaución. Las
medidas represivas para controlar los pensamientos no funcionan. Pensar, o decirnos
a nosotros mismos, cualquier oración que comience por “no” nos lleva
directamente a la idea que queríamos evitar. “No voy a pensar en un elefante
rosa”, causa justamente lo contrario: hace que imaginemos un elefante rosa. ¿Podemos
detenernos un instante y hacer la prueba con la frase anterior del elefante
rosa u otra parecida? ¿Lo hemos visto?
Todo posible proceso de cambio en
el pensamiento, comienza observando lo que hay, lo que existe, viendo lo que está
pasando en nuestro mundo interior sin intentar modificarlo. Solo observándolo ya
estamos haciendo algo muy importante: poner conciencia.
Qué importante es mirarse dentro para poder mirar con alegría cada día que estamos aquí!!
ResponderEliminar